El pasado 13 de agosto terminó la 16ª edición de los Mundiales de Atletismo, que tuvieron lugar durante 10 días en una Londres que volvió a vibrar con los mejores atletas del globo, cinco años después de sus fabulosos Juegos Olímpicos. Ante la escasez de récords mundiales (sólo uno, el de la portuguesa Inés Henriques en los recién nacidos 50 kilómetros marcha femeninos), la competición de este año será recordada por las numerosas sorpresas acontecidas: Usain Bolt se despidió de las pistas con una derrota y una cruel lesión, Mo Farah fue vencido en un 5.000 por primera vez en ocho años, los relevos vieron acabar con la supremacía de Estados Unidos en el 4x400 (desde Barcelona 1992, sanciones aparte) y Jamaica en el 4x100 (desde el sustraído oro de Pekín 2008), la reina de la velocidad Elaine Thompson se quedó a cero al fiarlo todo a un 100 en el que quedó quinta, los blancos se revelaron ante África con un doblete en el 800 masculino y los 3.000 obstáculos femeninos... todo ello ha propiciado campeones sorpresa como Ramil Guliyev, Pierre-Ambroise Bosse, Muktar Edris, Karsten Warholm, Andrius Gudzius, Hellen Obiri o Emma Coburn. Por supuesto, favoritos como Wayde van Niekerk, Mariya Lasitskene, Omar McLeod, Dafne Schippers, Consensius Kipruto, Sandra Perkovic, el propio Mo Farah en 10.000, Caster Semenya, Katerina Stefanidi, Christian Taylor, Anita Wlodarczyk, Kévin Mayer o Almaz Ayana respondieron a las expectativas, y añadieron una bonita medalla de oro a su colección.
¿Han reparado en un pequeño detalle? Efectivamente, ninguno de los nombres mencionados son de atletas españoles. No es algo que resulte especialmente extraño, el nuestro no es precisamente un país que se haya hartado a coleccionar medallas de oro en Mundiales o Juegos Olímpicos... pero, en esta ocasión, por primera vez desde la creación del Mundial de Atletismo en 1983, España se ha vuelto con las manos vacías. A nivel olímpico, ya había ocurrido en Pekín 2008 y Londres 2012, pero en esta ocasión no hay 27 deportes con los que distraer la ausencia del preciado metal. Poner paños calientes a semejante balance es inútil bajo cualquier prisma, y "fracaso" es la única palabra que refleja con cierta veracidad lo ocurrido este mes de agosto en Gran Bretaña. Es inadmisible que un país como España, que presume de tener una de las culturas deportivas más competitivas del panorama mundial, no posea los suficientes atletas de nivel como para que un mal campeonato no implique un rosco en el medallero.
No obstante, hay que ser justo y ecuánime: a pesar del mal estado de nuestro atletismo durante este verano, la situación no es ni mucho menos la de un páramo inhóspito sin vida a la vista. Existe vida, y existen grandes atletas que han sido campeones, o con potencial para serlo, y que, por diversas circunstancias, no han sido capaces de ofrecer su mejor rendimiento a la hora de la verdad. Las lesiones han sido especialmente crueles con los dos medallistas en Río, la campeona Ruth Beitia y el subcampeón Orlando Ortega, cuyas clasificaciones para las finales fueron un éxito a tenor de sus recientes parones, mientras que Miguel Ángel López sigue sin encontrar la forma que le llevó a ser campeón mundial y europeo antes de su lesión en 2016. El fondista David Bustos y el vallista Sergio Fernández fueron subcampeones europeos hace un año, y Bustos llegó a ser el mejor europeo en la final del 1.500 de Río, obteniendo diploma olímpico, pero este año las lesiones han condicionado su participación. Hasta qué punto todo esto responde a un problema endémico en la preparación de los atletas españoles es difícil de calibrar, pero no ayuda a creer lo contrario.
Del mismo modo, tampoco se puede descontar la inevitable mala suerte: Sebastián Martos, que aspiraba a la final del 3.000 obstáculos tras años de progresión, vio como sus esperanzas se ahogaban en la ría a la que se precipitó en su serie, mientras que un tropiezo con otro atleta fue lo que descartó a Ilias Fifa, campeón europeo de 5.000. Todo ello sin contar la ausencia de Bruno Hortelano, campeón europeo de 200 que, recuperándose aún de su accidente de tráfico, supo reconocer antes de tiempo que no estaría a la altura de lo que él se exigiría a sí mismo en un Mundial. Un gesto que le honra, y que quizá alguno de los mencionados, así como alguno de los no mencionados, debería haber llevado a la práctica. Por fortuna, no todo ha sido un absoluto desastre. Como dijo en su día el desastre con acento gallego que ocupa la Moncloa, "no hablamos de brotes verdes, si no de raíces vigorosas". Las raíces más prominentes, sin duda, han sido la de Adel Mechaal, que devolvió la fe en el mediofondo español con una carrera fabulosa a la que sólo le faltó un movimiento más audaz en la recta final, y la del relevo 4x400, que supo codearse de tú a tú con los mejores velocistas de la media milla, y que sólo contó con el punto flaco de Samuel García, otro hombre que vino mermado, y cuyas mejores marcas podrían haber contribuido a algo más.
Pero hay más raíces, menos visibles, pero igualmente prometedoras. Está Ana Peleteiro, que ha recuperado el esplendoroso triple salto de aquella campeona mundial junior tras años de lesiones, en su primera gran competición internacional. Está Pablo Torrijos, que se codea por fin con la élite del triple salto masculino. Está Jorge Ureña, que se ha colado en el top 10 mundial del decatlón con la intención de no detenerse ahí. Está Javier Guerra, maratoniano de élite en Europa al que sólo le falta un último salto en el escalafón mundial. Está Ana Lozano, ya entre las mejores del continente en su primer año haciendo 5.000. Están atletas como Óscar Husillos, Álvaro de Arriba, Adrián Vallés o Irene Sánchez-Escribano, quienes, pese a caer en semifinales, progresan rápido en el concurso internacional y ya rozan los puestos de honor. Y por supuesto, está la marcha, bendita marcha. Pese a la segunda decepción consecutiva de Miguel Ángel López, Álvaro Martín asoma como un viable aspirante a medallas en el futuro inmediato, acompañado de otros jóvenes como Alberto Amezcua o Diego García, todos ellos entre los 13 mejores del mundo; y en el apartado femenino, Laura García-Caro y María Pérez, ambas provenientes del 10.000, ya están entre las 10 mejores. Muchos de estos atletas darán más de una alegría al deporte español en los Europeos de Berlín del año que viene, y formarán parte de la nueva base que deberá ir a Doha y Tokio a instaurar un nuevo estatus para España en el mundo atlético.
Pero todo eso servirá de poco mientras no se cambie la mentalidad de gran parte de nuestro atletismo, tanto el que compite como el que lo gestiona, cómodo en la mediocridad y el conformismo. No nos llevemos a engaño, existen grandes competidores en nuestro país, algunos de los ejemplos mencionados más arriba dan fe, pero otros parecen bastante satisfechos con el simple hecho de salir del ambiente de los mítines nacionales, olvidándose de que estar en un Mundial no es por sí mismo un éxito. Un conformismo instaurado desde unas altas esferas que, pese a la novedosa presidencia de Raúl Chapado, aún no han borrado la actitud "odriozolista" que relativiza la mala actuación de un atleta, o busca mil excusas para ello, y que tanto se pudo oír en las retransmisiones de Teledeporte.
Este año, España llevó a Londres una delegación compuesta por 56 atletas, la más numerosa en Mundiales o Juegos desde Atenas 2004. 8 de ellos fueron repescados a última hora y, salvo la estupenda aportación de Darwin Echeverry en el relevo 4x400, ninguno de ellos se acercó a unas marcas ya de por sí insuficientes, haciendo poco más que maquillar la escuálida presencia femenina española en competiciones de estadio (de 9 a 15). De hecho, en el tradicional mítin de Sierra Nevada en julio, en el que la altura juega a los médicos con las marcas, inflándolas cual esteroide de gimnasio, tres atletas obtuvieron la mínima mundialista (muchos menos de los que podrían parecer a tenor de algunas cosas que se han escrito). Uno de ellos es Eusebio Cáceres, cuarto en el Mundial de Moscú 2013 y en el Europeo de Zurich 2014. Fue la gran promesa del atletismo español hasta que las lesiones empezaron a lastrar su rendimiento. Este año, sin haber recuperado aún su mejor forma, obtuvo la mínima mundialista en Sierra Nevada con el séptimo mejor salto del año, un 8.31. Pese a las circunstancias, cabía la esperanza de que Cáceres lograse unas marcas dignas en Londres con las que ir labrando su regreso a la élite... pero no ocurrió. Tres nulos y a casa. Algo parecido ocurrió con el pertiguista Igor Bychkov, que presentaba un mejor salto de 5.70, pero que en Londres fue incapaz de superar la primera altura, en 5.30. Hasta el decatleta Pau Tonnesen le superó, saltando 5.40. No es de extrañar que quiera priorizar la pértiga el próximo año...
De poco sirve que la Federación descarte para el Mundial a atletas que no han rendido recientemente si no se hace con todos. No puede ser que el sexto país con más atletas termine 30º en la clasificación por puntos, incapaz de conseguir una mísera medalla. Polonia, con cinco atletas menos, ha rascado ocho medallas, dos de ellas de oro, y 20 puestos de finalista, mientras que España ha tenido que conformarse con cinco puestos de finalista (Mechaal, 4x400, Peleteiro, Ortega y Álvaro Martín). Tampoco vayamos de un extremo a otro: no se puede llevar sólo a aquellos atletas que tengan opciones de final pero, a tenor de lo visto antes y durante el Mundial, una quincena de ellos no debería haber estado. Y eso siendo generoso con aquellos que han estado en sus mejores marcas o han competido a un nivel medianamente aceptable.

Teniendo en cuenta esos datos, procedí a evaluar cuantas "preseas europeas" habrían obtenido los países de éste, nuestro continente, y los resultados son aplastantes. Aún si ignoramos los países que nos superarían en este particular medallero sólo por el ocasional oro (como hemos hecho nosotros en otras ocasiones), hasta nueve naciones situaron a más atletas entre los tres mejores de Europa. El dominio, sin duda, sigue siendo del Reino Unido, que acumularía 10 campeones europeos y 26 medallas. El reducido contingente ruso, con los 19 atletas que aceptaron someterse a controles antidoping fuera de su país, sigue mostrando su fortaleza con seis campeones, y Polonia, que lideró el medallero en los Europeos de Amsterdam, acumuló en Londres más top 3 (14) que Francia o Alemania. Hasta Suiza, que llevó el mismo número de atletas que Rusia, nos superó en ese aspecto. España, sexta en el medallero de Amsterdam y el tercer país europeo con más representación tras Gran Bretaña y Alemania, terminaría en el puesto 23, entre Bielorrusia y Azerbaiyán.
Los números son incluso más sangrantes si lo evaluamos sólo a nivel europeo, en especial de cara a Berlín, y viniendo de unos Europeos de Amsterdam en los que se obtuvieron tres oros y ocho medallas, el mayor éxito de la última década. Prueba por prueba, si nos quedamos sólo con los atletas europeos, descubrimos que ningún español ha conseguido ser el mejor de Europa en ninguna disciplina. Adel Mechaal habría sido el único en "conseguir una plata" en estas clasificaciones europeas, mientras que Óscar Husillos, Álvaro Martín, Laura García-Caro y el relevo 4x400 habrían obtenido los bronces. Por ello, investigué también la participación española a nivel europeo en cada gran competición atlética desde Amberes 1920, y se obtiene un dato demoledor: es la primera vez que España no tiene un "campeón europeo" en una gran competición internacional (JJ.OO, Mundiales y Europeos) desde la anterior a Barcelona 92, el Mundial de Tokio de 1991. En la tabla, salta a la vista la acumulación de éxitos que el atletismo español empieza a cosechar a partir de Barcelona 1992 y, en especial, de Atenas 1997, que continúa de manera prolongada hasta iniciar su declive en Berlín 2009. Este incremento tiene su cénit en las 15 medallas de los Europeos de Múnich 2002, y en los Mundiales de París 2003. En estos últimos, España obtiene cinco medallas y, aunque ninguna es de oro, siete de sus atletas consiguen ser los mejores de Europa en su disciplina. No todo es negativo: en tiempos recientes, hubo menos "top 3 europeos" en el Mundial de Daegu 2011 y los JJ.OO de Londres 2012, y esos 5 vienen a ser la media de la última década.
Por supuesto, no se puede ignorar la barra libre de la que gozaba el dopaje en nuestro país hace no demasiado, tanto de los positivos detectados como de aquellos 'galgos' que lograron escapar de los 'vampiros'. Aunque es casi una certeza que otros países emplearían técnicas similares, con mayor o menor acierto, hay que ser conscientes de una realidad: comparar nuestro atletismo con el de entonces es una utopía. Que no se me interprete mal, me niego a creer que el nivel actual es el tope natural, y no hablo del flop de Londres, si no de Amsterdam. Pero es imposible pedir una serie de resultados si no existe la inversión para ello, y esto es, de nuevo, un problema federativo. España vivió durante 20 años de la inversión en jeringuillas y bolsas, pero eso ya no es una opción por los avanzados controles antidopaje, que han puesto contra las cuerdas a las mismísimas Rusia y Etiopía. La inversión a realizar debe hacerse en la formación de entrenadores, la captación de atletas, la mejora del atletismo base y el fomento de la actividad atlética como algo atractivo y con salida entre las escuelas y entre una sociedad que mira con recelo cada carrera y cada récord, y no sin razón.
Será difícil que eso cambie, pero uno no pierde la esperanza de que, en un futuro no muy lejano, los atletas españoles se dejen ver en las finales de las competiciones internacionales en la misma proporción que franceses, británicos y alemanes. Materia prima hay, pero poco se podrá hacer mientras el diamante siga sin poder pulirse. Por lo pronto, esto es lo que hay, ni tanto ni tan calvo. Suspender la participación española en Londres no es suspender al atletismo español, pero este, y sus estrellas, necesitan reivindicarse. Y más estrellas que les acompañen.
PD: Me pareció curioso leer depende qué cosas en Internet sobre Adel Mechaal, que vive en España desde los dos años, Ilias Fifa o Pau Tonnesen. Entiendo que la gente aún puede recordar los éxitos de Sandra Myers, Niurka Montalvo, Glory Alozie o Joan Lino, amén de otros nacionalizados de menor fortuna, pero este caso denota que no se ha avanzado demasiado en 20 años, si es que no se ha retrocedido. Y si, estoy a favor de que un atleta pueda competir por otro país, como con Orlando Ortega, siempre y cuando que eso no sea fruto de una adquisición a golpe de talonario, como las de Turquía o Azerbaiyán.
PD2: Adjunto una tabla adicional con todos los atletas españoles que alguna vez se situaron entre los tres mejores de Europa en su disciplina, desde los pioneros Mariano Haro, Jordi Llopart y Mari Cruz Díaz. También incluye a los dopados que no perdieron esos resultados: no tengo motivos para creer que los demás no lo hicieran por entonces, y mientras no te pillen ni te los anulen, computan.